Mientras la nena virgen yacía en su cama, no podía deshacerse del impulso insaciable que se había estado acumulando dentro de ella. Había estado leyendo sobre sexo y viendo pornografía durante semanas, y ahora estaba lista para dar el paso. Se acercó y cogió su conejito de peluche favorito, con el que se había estado masturbando durante meses. Cerró los ojos y dejó que su mente vagara hacia el mundo de los placeres pervertidos.
Comenzó a pasar los dedos por el suave pelaje del conejito, trazando las curvas de su cuerpo con las yemas de los dedos. Podía sentir el calor subiendo a sus mejillas al imaginar que era la mano de un hombre real acariciándola. Acercó el conejito a su coño, presionándolo contra sus bragas y dejó escapar un suave gemido.
Lentamente, comenzó a desvestirse, dejando al descubierto sus pechos pequeños y respingones y la piel suave y sedosa de sus muslos. Colocó el conejito en la base de su coño y comenzó a frotarlo de un lado a otro, sintiendo la suave tela de sus bragas contra su clítoris. Cerró los ojos y dejó vagar su mente, imaginando que estaba siendo follada por un hombre de verdad.
Se agachó y se quitó las bragas a un lado, dejando al descubierto su apretado y húmedo coño. Dejó escapar un suave suspiro mientras empujaba al conejito dentro de ella, sintiendo su suave pelaje rozar sus delicados pliegues. Comenzó a mover las caderas, frotando el juguete con creciente intensidad.
Mientras seguía follándose con el conejito, dejó escapar una serie de gemidos y jadeos, cada uno más desesperado que el anterior. Levantó la mano y se pellizcó los pezones, sintiendo una oleada de placer recorrer su cuerpo. Cerró los ojos y dejó escapar un grito, sintiendo las olas del orgasmo invadirla.
Se desplomó sobre la cama, jadeando y sudando, con los ojos bien cerrados. Extendió la mano y recogió al conejito, sosteniéndolo cerca de su pecho, sintiendo su suave pelaje contra su piel. Ella sonrió y le susurró: «Gracias por ayudarme a descubrir mis verdaderos deseos».
A partir de ese día, se convirtió en una maestra del autoplacer y utilizó al conejito para explorar las profundidades de su propio placer.
