Mientras la jovencita virgen yacía allí, esperando por primera vez, con su virginidad aún intacta, su cuerpo temblaba de anticipación. No podía creer que estaba a punto de embarcarse en este viaje, esta incursión en el mundo del sexo. Pero estaba decidida a disfrutar cada momento, a deleitarse con las sensaciones que pronto correrían por sus venas.
Su socio, un hombre rico y experimentado, sabía exactamente lo que hacía. Había visto innumerables vídeos porno y había estado con innumerables mujeres. Pero había algo especial en ésta, algo que la hacía destacar del resto. Podía sentirlo en sus huesos, en la forma en que su cuerpo desnudo temblaba bajo su toque.
Él comenzó a acariciarla, sus manos recorriendo sus curvas, sus pezones endureciéndose bajo sus dedos. Podía sentir su respiración atrapada en su garganta, su cuerpo respondiendo a cada movimiento de él. Y luego, sin previo aviso, le separó las piernas y hundió su polla profundamente en su coño virgen.
Ella gritó, una mezcla de dolor y placer recorriéndola. Pero era un dolor agradable, un dolor que pronto se convertiría en placer. Nunca antes había sentido algo así, esa lujuria cruda y animal.
